El tintero

En un lejano villorrio habría nacido un tintero. Sus escritos narraban historias esperanzadas y emocionantes. Letras que los habitantes leían maravillados, creando mundos extraordinarios y sorprendentes.

Un mal día un nuevo gobernante fue coronado. Intimidado por el libre albedrío prontamente dictó una ley impidiendo la lectura. La población debía ocuparse de lo que el poder le susurraba a sus oídos. Centenares de cenizas de letras fueron esparcidas por los aires de este imperio. El tintero dejó de escribir, quedando recluido por siglos en un sótano. Su tinta se esfumó en la perversidad absoluta de esta supremacía.

¡Querían acallar las palabras bajo un manto sombrío de silencio!

Para persistir, la libertad de las palabras se unió con el aire y éste, fervoroso, se convirtió en viento delirante regando historias. Muchos oídos lograron escuchar y percibir. Sólo quienes fueron perseverantes y temerarios transcribieron y tradujeron los rumores. Se convirtieron en escritores e hicieron rodar su imaginación. Proliferó la leyenda del osado hombre que liberó al tintero. Una letra, un verso y varias frases se tiñeron nuevamente de ímpetu y valentía. Había nacido una nueva esperanza: la literatura.

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